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Arturo rodeado de amor, canto y libertad *

Todavía recuerdo aquel verano del año 1986 en que visité por primera vez la casa de Arturo Corcuera en Chaclacayo

Odette Vélez Valcárcel

inconfundible canto

ovv

Publicado: 2017-08-21

Para Daniel Arturo Corcuera Osores 

Todavía recuerdo aquel verano del año 1986 en que visité por primera vez la casa de Arturo Corcuera en Chaclacayo. Tenía diecisiete años y no me entusiasmaba mucho la idea de salir de casa un domingo con Rosina, mi madre, a ver a uno de sus amigos poetas (ella lo conocía desde que tenía once años, cuando él -de ventidós- visitaba a mi abuelo Gustavo Valcárcel, junto con otros jóvenes poetas de la generación del 60: Javier Heraud, César Calvo, Reynaldo Naranjo, entre otros, y varios años más tarde ambos empezaron a cultivar una amistad intermitente). Cuando uno es adolescente el cuerpo pesa más de lo normal y sueña con dormir hasta tarde. Sin embargo, esa mañana terminé yendo, un poco a regañadientes, a la casa de los Corcuera en Santa Inés, sin sospechar que pronto se convertiría en el segundo hogar de mis primeros años de juventud.

La casa era bella solo al mirarla desde fuera. Era de barro y madera, toda blanca, con puertas y ventanas azules, adornada por diversas bungavillas lilas y rojas. Al llegar, nuestra presencia era anunciada por la amable danza de agitadas campanillas. Cruzando el umbral de la puerta entrábamos a un recinto mágico, poblado de maravillosos objetos de diversas partes del mundo que nos saludaban: baúles, máscaras, cofres, candelabros, cerámicas, lámparas, jarrones, relojes, lapiceros, instrumentos musicales y sombreros. La biblioteca aplaudía nuestra llegada y los libros acicalaban sus páginas para acariciar la imaginación. Pinturas, fotos, grabados y murales vestían las paredes como ventanas abiertas a otros sueños. Cientos de criaturas pintadas y esculpidas volaban a nuestro paso dándonos la bienvenida: jirafas, hipocampos, pájaros, gallos, sirenas y caballos. Las alfombras, sobre el piso de losetas, elevaban nuestras pisadas por los pasadizos haciéndonos leve el caminar hacia el patio y el inmenso jardín. Allí nos esperaban, entre abejas y ardillas, alegres árboles: el palto, el lúcumo, el mango, la parra, el chirimoyo, la mora; y elegantes flores: el jazmín, la cucarda, la amapola, el suche, además de otras plantas como el cedrón y la hierba luisa que, serenamente, nos acompañaban luego de deliciosos almuerzos y buenos vinos.

En ese paraíso terrenal, a bordo del arca, conocí a Arturo Corcuera, a Rosi, su esposa, y a sus cuatro hijos: Javier, Rosamar, Nadiana y Anita, además del perro Majo y su novia Cloti. Fue amor a primera vista. Cada uno era entrañable a su manera. El espíritu anarquista de Javier, la magia de Rosamar, el ensueño de Nadiana, la vitalidad de Anita, el cariño y la generosidad de Rosi y, por supuesto, la sensibilidad poética y cósmica de Arturo. El rey Arturo, el rey de las flores y los poemas. Así nació el inicio de una mágica saga de encuentros y aventuras inenarrables que hoy sigue viva, luego de treinta y un años, tan viva como el amor que nos une.

Cómo olvidar tantos episodios compartidos en Chaclacayo, en medio de celebraciones poéticas a la vida y al amor, rodeados de tantos músicos, pintores, cantantes, poetas, danzantes, de diversas partes del planeta. Cómo olvidar mis largas estadías allí, a veces semanas enteras, con Rosamar, cuando éramos recientes estudiantes universitarias y escuchábamos apasionadas los cantos de diversos juglares y trovadores latinoamericanos; las deliciosas conversas nocturnas con toda la familia, el aire fresco de las caminatas, la calidez que siempre me hizo sentir en casa, como una hija más. ¡Tantos recuerdos y tanta intensidad!

Todavía no olvido la noche del año 1986 en que terminé de leer el poemario Noé delirante y fascinada con los versos de Arturo empecé a escribir un poema que, al poco tiempo, se convertiría en mi primera publicación poética en el suplemento Hipocampo (por iniciativa del poeta Marco Martos). Así era Arturo, fuente de inspiración constante, poesía vivida y cantada, romántico y solidario, noble, enamorado del mar y las sirenas, ardiente y delirante, etéreo como su cabellera de jazmines, firme como sus pasos andariegos entre bosques y espejos, y también rebelde e intenso como el fuego de sus palabras.

Al borde del Arca Arturo se pregunta: “Yo mismo seré un fantasma errante si acaso no lo soy ya. ¿Existo realmente? Sueño que existo, ¿existo? ¿y si existe nada más que sueño? Quizá yo apenas sea el despertar de un sueño que para siempre de los jamases se quedó dormido. ¿Materia de estrella? ¿Humus de un leño apagado? ¿Ánima solitaria deambulando en la Tierra? Si la vida es sueño, sueño (y no es ningún sueño) que se me va la vida. ¿Muero para volver a soñar? ¿Morir es despertar, es otra vez nacer o es acabar? ¿Qué nada fui antes de que naciera? ¿Qué vacío habitaba? ¿En la Nada tenía rostro? ¿Volveré a tener rostro el que tuve en la Nada?”

Arturo querido, gracias por tanta poesía, gracias por llevarnos de la mano por las conmovedoras y olvidadizas memorias de tu vida, gracias por tanta belleza. Seguiremos disfrutando de tus creaciones y esperamos con ansias tu último poema: “Celebración de tu cuerpo”. Hoy celebramos tu vida cantada y todo el amor que supiste regalarnos a través de tus actos y de tu poesía. Hoy, como la última vez que nos vimos, beso tu plateada cabellera y te canto desde mi poesía con amor:

espejos y bosques ardientes

navega delirante

divina suerte de animal

juega entre las aguas

manso

despliega inmenso sus alas

rosas

guaridas en el mar

advierto apenas su imagen distraída

pasos recónditos

inconfundible canto


Odette Amaranta Vélez Valcárcel

*Foto: Gino Ceccarelli, Ramos-Tremolada, Javier Corcuera, Víctor Escalante,

Rosamar, Odette, Arturo, Rosi y Rosina. Santa Inés, Chaclacayo.

Santiago De Surco, Lima Región.


21 de agosto de 2017

r/v


Escrito por

Rosina Valcárcel Carnero

Lima, 1947. Escritora. Estudió antropología en San Marcos. Libros diversos. Incluida en antologías, blogs, revista redacción popular, etc.


Publicado en

estrella cristal

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