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»EL SECUESTRO DE LA INSPIRACIÓN»: El encanto sublime de Rosina Valcárcel / Rolando Lucio

Comunidad El País

Publicado: 2017-09-05

EL ENCANTO SUBLIME DE ROSINA VALCARCEL por Rolando Lucio

Viole, ya me voy. Si no te vas conmigo quédate cabalgando en mis pensamientos”. Gustavo Valcárcel antes de morir. Ella es verso juvenil libre al viento, es poesía que alberga la extraña mezcla de rabia y dulzura, en otros instantes es frenesí y pena, pero también es leona con alma de gaviota; cierto es, que sus vocablos transitan entre el compromiso social y las tiernas baladas, sus himnos cantan a la rebeldía y la concordancia, discrepa y converge con sus vivencias; su lenguaje desconoce la senescencia, porque se renueva antes del paso del tiempo, abrigando su lozanía y lindeza el singular embrujo de su lírica. Rosina Valcárcel, hija de Violeta Carnero y Gustavo Valcárcel, es fiel demostración que los genes son irrenunciables, pero viaja más allá con una fértil obra, porque cada día va pariendo la belleza en forma de poemas, alumbrando así con nitidez el panorama literario de la palabra castellana. “Primero soy una mujer latinoamericana, internacionalista, poeta, feminista, que le gusta comunicar, después soy antropóloga, ensayista y buena amiga”, se conceptúa así misma, su léxico es puro, como su pensamiento, “existe un desarraigo que llevo marcado en mí, porque soy hija del destierro”, expresa sin melancolías, “en mi infancia escolar no podía llevar uniforme, por eso en las fotos del colegio aparezco con trajes corrientes, nuestra pobreza económica era real, pero tuve la nobleza del alma de comprender y perdonar a mis padres”, las remembranzas atizan con pasión el tiempo presente, “tuve una identificación con mi madre, con quien hablaba al costado en las reuniones de casa, fui sensibilizada precozmente, desde temprana edad, bebiendo del saber de Gustavo Valcárcel, Teodoro Azpilcueta, Juan Gonzalo Rose”, muestra su orgullo. Le pido respetuosamente unas expresiones para su padre, Rosina derrama su candor, “fue un hombre revolucionario, poeta que amó porque supo amar, un hombre puro, solitario, melancólico, manejó el castellano como pocos”, entonces asoma su denuedo, “considero que los tres más grandes escritores peruanos que usaron el mejor castellano fueron Gustavo Valcárcel, Luis Alberto Sánchez y Alfonso la Torre”, es su sentencia; sobre su madre ofrece su honestidad, “la admiro como una infatigable luchadora, sin igual, estuvo educando a sus cuatro hijos, en el destierro, mientras el jefe de la familia sufría persecución y cárcel, ella vivió con intensidad hasta que la ausencia de mi padre la apagó, ella no estaba preparada para su partida, en ese momento se apagó para sus hijos”. Recrea la semblanza de esa noble dama a quien Diego Rivera, dibujó la imagen de su terneza en un cuadro que conjuga arte y belleza. Busco el origen de su inspiración, “mi primer poema fue al indio, tenía trece años”, confiesa su precocidad, “soy arguedista, me gusta el Perú profundo, sus mitos, sus leyendas”, la percibo viajando por las sendas de las tradiciones, aunque en su caso, todos los caminos conducen a México:“En mil novecientos cincuenta y uno, partimos al exilio en un barco ganadero, llamado Urubamba”, la poeta sonríe de su recuerdo, “cuando llegamos a México, nos enfrentamos a la burocracia, a la semana de haber llegado, mi padre fue al Palacio de Bellas Artes, allí estaba dibujando un mural, sobre Cuauhtémoc, David Alfaro Siqueiros. Soy un escritor desterrado, acabo de llegar, necesito un trabajo porque tengo seis bocas que mantener, suplicó, el afamado artista le preguntó, ¿Usted es aprista?, si respondió mi padre, pero no tengo nada contra el comunismo”. Le solicito recorrer unos versos que he elegido para este edificante diálogo, la poeta acepta con amabilidad, entonces recito, “Escribo no por azar sino por acuarelas, flautas y fuego/ Las caricias abren los ojos junto a la floresta dorada/ y es azul el universo y rojos los girasoles de Van Gogh”, inquiero sobre los girasoles rojos de Van Gogh, ella sonríe primero, luego adopta seriedad, “es una metáfora sobre un tema personal, los girasoles de Van Gogh son amarillos, pero me sirvió como terapia, para una persona importante en mi vida, que consumía alcohol de manera excesiva, pensando en él, escribí estos versos, ciertamente tuvieron su efecto, de hacerle reaccionar frente a su mal de ese entonces”. Aprovecho de su locuacidad, para establecer una analogía con un verso suyo, “Busco una canción/ Paul Mauriat silba con la voz de otro francés”, con no poca osadía me atrevo, “¿se puede silbar en quechua, Rosina?”, “sin duda”, aflora su rotundez, “como antropóloga he recorrido las culturas populares, he compartido el violín de Máximo Damián, el charango y la voz de Julio Humala, la voz y el sentimiento de Leo Casas, la guitarra de Raúl García-Zárate, ellos son la demostración que se puede silbar en quechua”. Entonces raudo voy a otro extraordinario verso suyo, “El amor y la dicha/ están donde moran los lirios”, inquiero, “¿Dónde viven los lirios?”, su sublime encanto dona sus emociones, “en nuestro corazón, en las palabras del ser amado, en los ojos que amamos, en los silencios del amor, en las gaviotas que pasan, en la música, en la naturaleza, en las piedras, en nuestros muertos”. Entonces cito un nuevo verso, “Obstinados que volvimos a construir puentes/ Dando vivas al Che, cantando Yesterday”, pregunto si puede existir compatibilidad entre las vivas y esa canción, la poeta es tajante, “¡por supuesto, que sí!, pertenezco a una generación que se alimentó con las canciones de los Beatles, y claro!, se puede cantar Yesterday y la Internacional!”, cierto temor me cubre, pienso que la he enfadado; es cuando subo el volumen de lo que escucho, su inteligencia capta el mensaje, es Vivaldi, mi voz, solemnizada por su obra, le entrega, “El oro de tu piel se extingue en otoño/ Callan arañados en invierno/ Ojos radiantes se enlazan en primavera/ El follaje tirita rojo en verano/ Vivaldi en todas las estaciones/ Canta el violín/ Desde el alero me da serenatas/ Guiña un ojo y se descuelga/ Ay Antonio esta noche tu orquesta/ Enciende estrellas/ Y en el solar nuestra piel deshojada/ Y en el solar me desposas”. Sencillamente excepcional. Ella sonríe, sublime siempre. Le pregunto por Dios, “nací atea, en un hogar ateo; como antropóloga, al recorrer ese Perú desconocido, decía a mis colaboradores, hay que rezar por si acaso”, ríe de su ocurrencia, “en mil novecientos noventa y uno, me hice creyente, pero hace algunos meses regresé al agnosticismo, porque la injusticia está presente, aunque reconozco que guardo algunos recuerdos de la Virgen de Guadalupe”. Pronuncio México, “es una pasión fuerte, que siento en mi vientre, en mis entrañas, es gran parte de mi vida, mi despertar, es nostalgia, cuando voy, estoy con los alumnos y a esos niños les devuelvo algo de lo mucho que me dio, México son escenas que regresan siempre a mi infancia, mi primera patria, allí viajo siempre”. Señala con marcado enternecimiento. Expreso, Perú, “fue un asombro conocer Perú, era como una llave, porque me sentía mexicana, fue empezar de nuevo, no conocía nada, recuerdo que mi primera impresión fue, esto es tan pobre como me contaron, esos exiliados que se reunían en casa, en tertulias que llegaba hasta el despertar del nuevo día; pero amo al pueblo, a la gente que lucha, al Perú profundo”; cito a Odette y Milena, sus hijas, siento su suspiro, “Odette, nació cuando su padre Leoni Vélez, estaba preso en el Potao, todo el embarazo y sus primeros meses, los asumí sola, mi hogar era poco tradicional, porque Leoni viajaba mucho, los artistas suplían bien el papel de padre; en ese contexto ella ha desarrollado bien sus virtudes, en la actualidad es catedrática de ética política, es poeta, realiza talleres. Sobre Milena, diré que es apasionada de la cultura afroperuana, comunicadora, fotógrafa que en la actualidad está exponiendo, también escribe, estoy contenta con ambas”. Reconoce con afecto maternal. Es la hora de preguntar por Rosina Valcárcel, sonríe a mandíbula batiente, “¡Ay Rosina!”, exclama para sí misma, “es una gitana, querendona, luchadora, que va contra la corriente, auténtica y solidaria, que ama el mar y que reconoce que ha valido la pena vivir”, siento su silencio como un halo armónico en esta tarde -memorable para mí-; “¿Y la poesía, que es?”, vuelvo a mostrar mi osadía, regresan los suspiros de la más grande poeta peruana, “es mi vida, es mi modo de vida, sino escribo estoy renegando, cuando escribo es como sentir un orgasmo espiritual, cuando no, estoy frustrada; la poesía es la prolongación de la vida y la concentración de lo mejor y lo peor del ser humano”. Hemos pasado una hora dialogando, citando a Galeano, compartiendo pareceres y confesiones, encausando el fervor, ignorando la indiferencia, la imagino sentada con el auricular, agitando sus manos, dibujando gestos en su expresivo rostro; mientras tomo conciencia de la cátedra que ha sentado, es ella quien parte de un tajo mis cavilaciones, “Rolando, hay que escribir, pintar, danzar, conversar, todo ello nos eleva, el ser humano irá trascendiendo en la medida que haya paz, hay que exhortar a que la juventud, abrace ideales, que lea, que busque respuestas para sus incertidumbres”, concluye su sensible invitación. Haré lo que usted alienta querida maestra, porque usted es poesía y arte lírico...pero antes iré a buscar donde moran los lirios, porque tiempo es, que el amor y la dicha retorne a mi corazón.

Fraternalmente.


Rolando Lucio. (Barcelona, 2013)

"Sencillamente exquisito este artículo, que lo has desarrollado con una prosa propia de los que saben. Gracias Rolando porque además de la estética de tus escritos, nos permites conocer a personajes importantes como lo es Rosina Valcárcel que la verdad yo no tenía idea de su existencia (disculpa mi i... )".

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Escrito por

Rosina Valcárcel Carnero

Lima, 1947. Escritora. Estudió antropología en San Marcos. Libros diversos. Incluida en antologías, blogs, revista redacción popular, etc.


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estrella cristal

la belleza será convulsiva o no será | a. breton