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Augurios de inocencia- William Blake

Murciélagos y penas

Cuento de Rosina Valcárcel

Al Moro

RV

Publicado: 2017-10-31

El misterio se presentó al atardecer como de costumbre . Un grupo de latinoamericanos trotaban cerca del río Motagua, en Centroamérica, y súbito de un árbol frondoso saltó un centenar de murciélagos, la mayoría de los aventureros quedamos boquiabiertos. Los pecadores se alarmaron y al llegar la noche prefirieron mantenerse despiertos. 

Recordé el suceso del año 1966 en Sullana (Piura), tierra de mis ancestros. Íbamos andando el ingenioso Eduard, el agudo Juan Vicente y esta peregrina incauta. Fue una tarde de octubre, estábamos muy cerca de la casa de los Requejo, en el instante menos esperado asomó una masa animal rozando nuestras cabezas. Pegué un grito de padre y señor mío. Casi desfallecí. Me explicaron que se trataba de un simple murciélago, y prestos me llevaron al hogar del amigo Requejo, donde sus familiares nos dieron de beber coctel de algarrobina, y luego café, acompañado de buñuelos de camote. No recuperé la calma pero me sentí acompañada.

De niña estuve en Guatemala y mis hermanos Gustavo y Xavier nos narraban cuentos de murciélagos. La experiencia del desplazamiento de un país a otro trae consigo la dislocación territorial y el sentimiento de angustia personal.

A mediados del año 2011 volví a Guatemala. La primera noche hacia las siete volvieron a aparecer aquellos animales con alas en las manos que revoloteaban por la casa y dejaban un halo atroz de consternación. Fuerte cosa es, me dije. Traté de espantarlos de cuantiosas formas. Pero a menudo había uno que lograba meterse en el dormitorio. Justo llegaba a las once de la noche, merodeaba y se iba. Me quitaba el sueño largas horas. Después reaparecía a eso de las cuatro o cinco de la mañana y amenazante daba vueltas alrededor de la habitación como si jugase a la ronda, hasta que decidía ponerme la cobija sobre la cara, para no sentir sus aletazos, así poder sentir algo de alivio y dormir un poco.

Posteriormente, muy ojerosa y pálida, opté por diversos métodos. Uno era dejar la luz prendida en el dormitorio. Ello disminuía la posibilidad del ingreso del murciélago de obsidiana. No obstante, con luz su visita no era ocasional.

Tapé de diferentes maneras todos los accesos y ventanas a la casa, pero invariablemente tornaba uno. No sabía por qué las alas de los murciélagos tenían gran circulación sanguínea y un brillo raro.

Finalmente logré ubicar el sitio por donde se metía el murciélago y lo cerré del todo.

Pero algunas noches sentía un ánima caminar cerca, o quizá eran los picotazos del maldito o sus aletazos sobre mi ventana para pretender entrar...No obstante, una vez logré que se fatigara y desapareció finalmente.

Hoy mientras sale el sol resplandeciente, un canario fabuloso se acerca a la ventana, la arrima con su piquito, leve toca el vidrio y se va en pos de la naturaleza viva. A veces se queda unos minutos, quizá aguardando algún alimento, otras se va ágilmente y se posa sobre plantas y flores coloridas que rodean la huerta.

Ha llegado una visita inesperada, es una vecina quien me invita a cenar y acepto con gusto. Me alisto despacio, tomo unas frutas y las acomodo dentro de una cesta. A los quince minutos ya estoy en la morada de Manuela Torres. Su casa es grande, posee una tiendecita con yerbas medicinales y licores naturistas para todo tipo de enfermedad. Cenamos ensalada mixta abundante y pedacitos de pollo dorado con arroz. La plática fue muy amena, aunque me relató cuentos de su infancia algo pavorosos. Hacia las 10 de la noche me retiré agradecida pero muy ansiosa.

Esa noche sucedió algo raro, denso, hubo sonidos nuevos, colores lejanos cubrían mi vivienda, algo grises, obsidianas. Mas –pensé- como no hay acceso a los interiores, ya no pueden entrar. Extraño el color gualdo de los canarios, su ligera melodía, su belleza diáfana. Sin embargo, no debo dejar abierta la ventana pues podrían reaparecer aquellos quirópteros.

Por estas tierras, la tradición cuenta que el murciélago es un ratón o roedor al que le ha salido alas, pero no saben por qué.

Lo que sí es cierto es que cuando enciendo la luz generalmente no llegan ni siquiera zancudos.

El lunes me quedé dormida antes de las doce de la noche. Había sido un día muy duro. Tuve pesadillas, taquicardia y dolor de cabeza. Recibí una inaudita carta áspera y quedé muy afectada. Me desperté temprano, giré hacia la izquierda y sentí escalofríos. Bajo de la cama yacía una mujer mordida, los dientes puntiagudos habían dejado huella en su cuello hermoso. A su lado, un murciélago la abrazaba, envenenado por la sangre de la muchacha encantada.


Años atrás,  31 de octubre, escrito tras pláticas con Lucho Rocca Torres.

Recogido en Lima 31 octubre de 2017.




Escrito por

Rosina Valcárcel Carnero

Lima, 1947. Escritora. Estudió antropología en San Marcos. Libros diversos. Incluida en antologías, blogs, revista redacción popular, etc.


Publicado en

estrella cristal

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