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Rosina y Julio Nelson, Plaza San Martín 1964

Los tiempos de Silvia Rosina (por Julio Nelson Montero)

por Julio Nelson Montero

Publicado: 2018-04-02

“En el advenimiento del otoño”, comienza diciendo uno de los líricos poemas de Pablo Neruda que se leían por aquellos tiempos. Era, en efecto, el advenimiento del otoño la mañana en que me acerqué a la vitrina de horarios de los que habíamos recién ingresado a la Facultad de Letras. Buscaba el horario del curso de francés. Lo encontré. La clase se dictaba ya, pero no indicaba la vitrina dónde, en qué lugar, en qué aula. La joven parada a mi lado que también hurgaba en la vitrina me dijo: “Se dicta en un aula de la Residencia Universitaria”. Fuimos caminando hacia allá. Era Rosina. Y era el año 1964. El camino hacia la Residencia estaba bordeado de moreras. Y la ciudad universitaria era flamante como una moneda nueva. El camino era largo y mi nueva amiga no se iniciaba en las letras. Las conocía bien, no obstante sus 17 años. 

Ya en la clase de francés, nos dimos con que los alumnos conocíamos el curso, esto es, el idioma. Era curso obligatorio. Y todos éramos alumnos de la Alianza Francesa. Nos pasamos la hora recitando con el profesor versos de los poetas consagrados. Sobre todo, recuerdo, el verso hermoso de Rimbaud: “Quelque fois je vois au ciel des plages sans fin couvertes de blanches nations en joie”: A veces suelo ver en el cielo playas sin fin cubiertas de blancas naciones jubilosas. “Por encima de mí, un gran barco de oro agita sus pabellones multicolores en las brisas de la mañana”. Y no había nada de lecciones de gramática, sintaxis ni vocabulario sino lectura de los libros que el profesor llevaba: Lautréamont, Nerval, Breton, Eluard, Gide. Nos complacía mucho la lectura directa de esos textos, que por lo demás empezaban ya a editarse en español. El desarrollo de la cultura latinoamericana había ya alcanzado, en efecto, un nivel de universalidad. La clase media latinoamericana frecuentaba las universidades del mundo y no escamoteaba el traducir las plumas consagradas. Se vivían, en este punto, tiempos nuevos. No había necesidad de recorrer el mundo para conocer la poesía de primera magnitud.

Se vivían tiempos nuevos en todos los órdenes. He iniciado esta lectura diciendo que nos hallábamos en el advenimiento del otoño; pero de un otoño especial. Se cumplía el primer aniversario de la muerte de Javier Heraud. Y la intelectualidad peruana no dejaba aún de sentirse conmovida por este hecho.

Y nos conmovía la guerra de Viet Nam. Las palabras inolvidables de Jean Paul Sartre: “La guerra contra el pueblo vietnamita demuestra adónde conduce el capitalismo; cuál es la lógica implacable del imperialismo”.

Rosina y yo, a viva voz, leíamos poemas de Eugenio Montale.

Silvia Rosina, hija de un hogar socialista, era activista infatigable por el socialismo. Era uno de los aspectos que más nos conmovían de su personalidad noble.

A los 18 años nos regaló con su primer poemario: Sendas del bosque, un ramillete de delicados poemas de amor, escritos a la sombra de Tagore, el poeta de la eterna juventud. Algunos de los más cercanos al círculo de amigos de Rosina no dejaban de expresar el hecho de que la brega por el socialismo no apareciera, no tuviera lugar en los versos de Sendas del bosque. Pero no se necesita leer a Madame de Sevigné o a Simone de Beauvoir para saber que la esencia del alma femenina es el amor. Y es el hecho que refleja Sendas del bosque, amorosamente impreso, por lo demás, en Ediciones de La Rama Florida, por Javier Sologuren, en su poética morada de Chaclacayo. Tal como ahora es Arteidea, la casa que en edición impecable nos entrega Loca como las aves. Quiero decir que desde la primera entrega de Arteidea, he experimentado la sensación de que entra a jugar en nuestros tiempos el papel trascendental que para la difusión de la poesía de los años 60 cumpliera La Rama Florida. Felicitémonos por ello.

Decíamos que sorprendió a muchos el que el poemario primero de Silvia Rosina no fuera explícito sentimiento socialista. No podía serlo por dos razones. La primera es que se trataba de un poemario joven imbuido del sentimiento dominante de la adolescente enamorada del papá de la bella Odette, su hija primera. Y la segunda razón es la que ya enuncié arriba: la esencia de la mujer es el amor, y es a través del amor, de la vivencia amorosa que la mujer expresa su relación con el universo. Se equivocan rotundamente quienes esperan que la mujer socialista alumbre versos a lo Nazim Hikmet, César Vallejo, Marcos Ana o Miguel Hernández. La mujer socialista, y así lo testimonia toda la poesía femenina contemporánea, expresa su alma en los sentimientos cotidianos que genera la alienada sociedad capitalista. Nos expresa su humanismo socialista en el dolor de la soledad que a los seres sensibles condena este mundo; en el dolor del desamor: el desamor, la tristeza a que obliga la incomprensión de un mundo colmado de egoísmo.

Es así. Aunque no pueden ser así, y no lo fueron, los versos de las mujeres, socialistas auténticas, que disfrutaron de aquel régimen.

Pero son transidos de dolor la mayoría de los versos de Loca como las Aves. Pero vale el título, porque hay en este ramillete de poema versos de optimismo radiante, contagioso, de loca alegría de vivir. Y por eso yo digo que la poesía de Silvia Rosina es un testimonio excelso de nuestro tiempo. Porque trasuntan los sentimientos de una sensibilidad herida por todos los males que caracterizan a esta sociedad, y que un día, inexorablemente, será superada, y no por un tiempo, sino para siempre. Y porque trasuntan los sentimientos de eterna belleza del ser humano puro, sincero, fraterno.


Pueblo Libre, octubre de 1995


Escrito por

Rosina Valcárcel Carnero

Lima, 1947. Escritora. Estudió antropología en San Marcos. Libros diversos. Incluida en antologías, blogs, revista redacción popular, etc.


Publicado en

estrella cristal

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