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Giovanna Minardi y Sandro Chiri

Palabras para Rosina / Giovanna Minardi

COLOFÓN, a propósito de Diario de talismanes, 2005

Publicado: 2018-04-22


Palabras para Rosina / COLOFÓN: Giovanna Minardi

Diario de talismanes, 2005

Vuelo de Walpurgis / No pude elegir otra fecha y no
abjuro Soy mi fuego / mi barro / mi viento / ciega como
la mariposa azul / alrededor de una lámpara de cristal.
RV.

    Rosina Valcárcel nace en Lima (Perú), a primeras horas del 1° de mayo de 1947, bajo el vuelo de las Walpurgis, el signo astrológico Tauro (la Tierra) y el eco del Proletariado internacional. Ese mismo día Violeta Carnero Hoke, su madre, cumplía 24 años y ese año Gustavo Valcárcel Velasco, su padre, poeta y revolucionario, es premiado con un laurel importante.

    El azar me llevó hasta su casa un domingo a mediados de julio del año 1991. Fue el poeta Sandro Chiri Jaime quien hizo puente entre nosotras. Afable, esa tarde ella me recibió con familiaridad y fuerza vital y conversamos más de tres horas, fruto de ello armé la entrevista que publiqué en Palermo. Posteriormente escribí artículos, editados en Argentina, México e Italia a propósito de su poesía, historia y compromiso (1). Hace más de cuatro años en Santa Bernardita, Lima, entre búhos, libros y cuadros originales, vi regados por doquier y encima de su escritorio más de cien artículos de su autoría, entonces le propuse: ¿Por qué no elaborar una antología amplia que dé cuenta de Rosina Valcárcel, la periodista? Ella presta contestó: “Soy solo una aprendiz autodidacta”. Y tardó mucho en asumir este proyecto.

    El 16 de octubre del año 2004, cuando al fin llegó a mis manos la primera versión de su arduo manuscrito Diario, talismanes y desventuras, estaba leyendo Remedios Varo, valioso libro de Lourdes Andrade (2), y este me dio oportunas luces y asociaciones sobre el libro de Rosina que tenía entre manos.

    El poeta surrealista Benjamin Péret (Francia 1899-1959) tomó parte en la guerra civil española. Después de la ocupación de Francia, el leal amigo de Breton y su pareja Remedios Varo (España 1908-México 1963), pintora catalana, tras padecer experiencias hostiles y enfrentando otra vez el estado de guerra, después de dos años en África pasan a México el 15 de diciembre de 1941. Les seducía su cultura milenaria, sus leyendas y el viento renovador que condujo a Lázaro Cárdenas a la presidencia, lo cual había facultado que desde 1939 México se transformara en hogar de miles de refugiados españoles republicanos y de León Trotsky (1879-1940), líder soviético revolucionario, teórico político y escritor vigoroso. Diez años después, en América Latina agitada por causas políticas, varios intelectuales progresistas viven también experiencias similares. Un ejemplo es el caso del peruano Gustavo Valcárcel y familia quienes exiliados desembarcan en México el 9 de marzo de 1951 y esa cálida tierra les brindará refugio, colores y cantos.

    Al revisar la obra integral de Rosina Valcárcel, surge en mí un conjunto de preguntas que solo puedo expresar en inquietudes: ¿Por qué Valcárcel está atravesada por el eco y embrujo de pintoras surrealistas mexicanas y catalanas del siglo XX, y no chilenas o inglesas de otras tendencias?

    En el intervalo entre el arribo a México, la odisea del destierro y los años posteriores, se sitúan aquellos acontecimientos que a nuestra autora nunca le será posible reconstruir conscientemente y sobre los cuales, sin embargo, se ha construido su destino. Hay una suerte de saudade y magia que precede la diversa obra. Su vida insinúa una identidad gitana, errante, llena de aventuras, mudanzas intermitentes, hechizos, amuletos (la Virgen de Guadalupe), viajes súbitos, pesares y amores imposibles o fallidos.

    Sin forzar la comparación, creo que la existencia, historia y el quehacer de Valcárcel nos asocia de un modo u otro a los avatares, inquietudes y ocurrencias de las surrealistas Frida Kahlo (México, 1907-1954) y Remedios Varo, a quienes (después de entrar en mayor contacto con ellas vía sus obras, biografías, etc.) admira por la imaginación irreverente, la mandrágora, la noche, el arcoíris de sus colores, y aprende su fortaleza, las reconoce y trata de eternizar en sus páginas. Como Frida y Remedios —sus paradigmas— ella es un ser de múltiples facetas, no respira solo una existencia, sino varias; no realiza un camino, sino muchos, aquellos de cada uno de los personajes y gente que conoció y distingue y de los seres inventados, platónicos, que habitan sus poemas, sueños y páginas.

    Sucede que en México, D.F., a inicios de julio del año 1954, en un gran mitin a favor de Guatemala, cuando Rosina tenía siete años, su padre señala cerca a Frida Kahlo, cuasi inválida, con el cuello lleno de collares y un rebozo bello: a los pocos días la pintora descansará. En el año 1990, con motivo de un evento sobre religiones populares, Rosina es invitada a México, así retorna a la patria de su niñez y vuela a Coyoacán, en pos de la Casa Azul, el jardín, los cuadros y las cosas personales de Frida y Diego Rivera. *  Cuatro décadas después de conocer el aura de la compañera de Diego, Rosina siente que a ella la ilumina una parte clave de la historia mexicana, la evoca a su obra y espíritu rebelde. Le atrae la sensualidad de aquella mujer dispuesta a “todo género de relajo”. Le rinde homenaje y la va divulgando paulatinamente. Tanto la mexicana como la catalana tenían menos de 50 años cuando Rosina escucha sus nombres legendarios. Me parece que algo similar le sucede con Remedios Varo, cuya obra misteriosa volverá recién a inicios de los años 90, vía las amigas Maritza Villavicencio, historiadora, y Diana Miloslavich Túpac, comunicadora*. La portada del libro Loca como las aves (1995), por ejemplo, es ilustrada con la obra Creación de las aves (México, 1957) extraordinario óleo de Varo, y ahí, sin marmolizarla, Valcárcel le dedica el poema bello titulado “Remedios Varo”.

    Este libro, lo expresa su título inicial, es una suerte de cuaderno de apuntes, donde registra las aventuras que han asediado a la autora, sus propios amuletos, fetiches, wayruros, hojas de coca, y sus fantasmas, demonios y adversidades.

    El primer trauma en la vida de Rosina fue el hecho político violento de la deportación —ordenada por el dictador Manuel Odría— que sufrieran su padre Gustavo y sus seres queridos en el verano de 1951 y su difícil proceso de adaptación a México y a Guatemala. El segundo hito se resume en otros sucesos: el triunfo de la Revolución cubana; los asesinatos de Javier Heraud (1963) y de Edgardo Tello (1965), poetas y guerrilleros del Ejército de Liberación Nacional (ELN); su ingreso a la universidad de San Marcos y su estadía (1964-1969); la proximidad y simpatía por las revistas y grupos literarios Piélago, Estación Reunida y Hora Zero; su amistad con Gleba en la universidad Villarreal. Paralelamente sus pláticas fecundas con Miguel Gutiérrez, Juan Morillo Ganoza y otros escritores de Narración, quienes debatían en tertulias entre bares y cafés (Palermo, Wony). Señal ulterior será el Golpe militar reformista del general Juan Velasco Alvarado (1968-1975). Y, también, marcará a nuestra poeta su militancia leal en opositores círculos intermitentes: Oposición Proletaria Revolucionaria (OPR), 1976-77; organizaciones y frentes políticos como Unidad Democrática Popular (UDP) 1977-79; Izquierda Unida (IU), años 80); su permanente defensa de los derechos humanos, de las mujeres y los grupos étnicos excluidos.

    A la fecha Rosina tiene en su haber cinco libros importantes y reconocidos, Sendas del bosque (1966), Navíos (1975), Una mujer canta en medio del caos (1991); Loca como las aves (1995) y Paseo de sonámbula (2001). Quien ha leído su obra poética advierte que desde niña ha tenido la semilla de la conciencia de saberse precoz extranjera tanto en México como en su propia patria que aun ve disparatada y ajena. No es extraño que ella tenga una sensibilidad exacerbada y una asidua melancolía, quizá por causa de la infancia extraviada y el tiempo perdido. Tampoco que ha padecido hondo sentimiento de desarraigo, angustia, pesadillas, ausencias, pesares físicos, accidentes (huesos fracturados), amores intensos, desencantos, separaciones y soledades. Empero la inquietud, la vitalidad, el amor a la humanidad y su capacidad de resistencia permitieron que —junto a otras escritoras— RV jugara un papel en el panorama cultural de Lima desde el año 1965, no solo como precoz satélite de los integrantes de la generación del 60 y como miembro rebelde de la generación del 70, sino como fundadora de Kachkanirajmi, revista cultural que aglutinó a voces valiosas como Carlos Calderón Fajardo, José Watanabe, Águeda Castañeda. ¿Cómo siguió jugando una función durante los años posteriores, apuntalando entusiasmo de mujeres y jóvenes creadores del interior del Perú? Creo que la lectura de esta obra puede dar pistas.

Kachkanirajmi (1965) nace por iniciativa de Rosina y de Halma Cristina Perry, poeta argentina, sus directoras (I etapa hasta 1970), medio que aglutinó a poetas de Estación Reunida, Hora Zero, insulares y a narradores de las décadas del 60 y 70. KN, revista cultural que juntó a inéditas voces únicas (Carlos Calderón Fajardo, José Watanabe, Armando Rojas, Águeda Castañeda).

Su obra antropológica neomarxista abarca los libros Universitarios y prejuicio étnico, un estudio del prejuicio hacia el negro en las universidades de Lima. (ESAN, 1974); Mitos, dominación y resistencia andina (UNMSM, 1988); 500 Años de resistencia: Contrarrequerimiento (coautores Luis G. Lumbreras, Virgilio Roel, J. Montoya y otros, Chirapaq, 1992). También las monografías “El folkore en el Perú: ¿Queja o denuncia?” (UNMSM, 1981) y “Moche: Aspectos históricos, sociales y culturales” (UNMSM, 1987), y diversos artículos, testimonios, trabajos que en suma expresan la preocupación de Valcárcel por la marginación de los grupos étnicos y por la valoración de las literaturas orales afectadas por el hecho colonial.

    Es justo ubicar a Valcárcel como una de las figuras vitales en la divulgación de la literatura y cultura peruana a través de la docencia, investigación y difusión, ejemplo de la revista arguediana y mariateguista, Kachkariraqmi, que codirigió con Gerardo Ramos (segunda etapa) entre 1990 y 1993. Asimismo se anticipó como promotora cultural de autores del interior, de provincias o “marginales”; y como defensora de los (y las) que sufren discriminación, opresión, machismo y prisión por sus ideas.

    Los apartados que conforman el libro, Diario de talismanes, están unidos por vasos comunicantes, la religiosidad popular (sentimientos, chamanismo, etc.) y la razón (lógica), hilos visibles e invisibles que fluyen. Los textos se nutren mutuamente; sueños, cartas, artículos, crónicas, testimonios y ensayos, de alguna forman pintan facetas de la vida de la autora y revelan aspectos de la escena cultural y el clima político limeño y de las ciudades del interior de las últimas décadas del s. XX. Las vallas que separan los capítulos son tenues.

    Las puertas de Remedios son ventanas ambarinas (¿o umbrales?) en la casa interior de Rosina: soplan, se abren, cierran y estallan entre el desvelo, la noche y el alba. Ello se evidencia en las secciones: “Talismanes” (entrevistas); “La espalda de la Luna” (feministas pioneras); “Fuego de espejos” (poetas y libros); “Poetas del interior; “Prosas profanas” (narradores); “Arte poética”: ”Kachkaniraqmi” (A pesar de todo, aún sobrevivimos”); “Cuadros de una exposición” (pintura y fotografía); “Entre candilejas”; “Peruanistas”; “Piedra negra sobre piedra blanca”; “Aprendiz de maga (escritura y purificación); e “Hija del exilio” (infancia y familia).

    En las páginas de Valcárcel se siente la búsqueda de un estilo autodidacta, singular, sin un lenguaje estetizante ni académico, siempre humanista, cálido, rebelde y a veces fustigante, otro esperanzador: la voz de una mujer socialista y feminista. Así, por ejemplo, rinde homenaje a personajes como el legendario psiquiatra Juan Francisco Valega (Lima 1895-1988) y al gran poeta Carlos Oquendo de Amat (Puno 1905-Navacerrada 1936). Paralelo, podemos saborear testimonios lúdicos como el dedicado a Nicolás Guillén. Además asoma un lúcido pensamiento literario y una vida intensa a través de las palabras valiosas de Blanca Varela, Antonio Cornejo Polar, Juan Gonzalo Rose, Alfonso La Torre, Gustavo Valcárcel, altos representantes de la promoción del 50 que Rosina borda. También ofrece un ensayo sobre Julia Ferrer y Lola Thorne y un balance de la obra de bardos del 60 marginados por la cultura oficial como Gladys Basagoitia, rebelde; Juan Cristóbal, Julio Nelson, insurrectos. Claro, otro eje central se respira la calle de la urbe, la ironía, el lenguaje popular poético o plástico de aedas y pintores de la generación del 70: Jorge Pimentel, Enrique Verástegui, Tulio Mora, Jorge Nájar, Óscar Málaga, Armando Arteaga, Juan Carlos Lázaro, Mary Soto, Nicolás Matayoshi, Gloria Mendoza; Oswaldo Higuchi, Carlos Ostolaza. Muestra hallazgos de contestatarios de los 80, Dalmacia Ruiz Rosas, Óscar Limache, Bernardo Álvarez, Violeta Barrientos, Doris Moromisato, Ángel Garrido Espinoza, Tatiana Berger, entre otros. Y del 90 Marita Troiano y Rocío Castro. Muestra a los nuevos Carlos Carnero Figuerola y Elma Murrugarra.

    En otros acápites registra la labor de pedagogía crítica que realiza Julio Dagnino (revista Autoeducación); la defensa feminista de Diana Miloslavich (Flora Tristán); así como el importante trabajo peruanista de Antonio Melis (Italia) y los aportes de Modesta Suárez (Francia), Lady Rojas (Canadá); incluso registra mi investigación sobre Julio Ramón Ribeyro. Todo ello nos permite palpar una especie de unidad totalizadora y democrática.

    Quizás no todas las páginas sean parejas ni redondas, pero sé que todas apuestan por un sector de intelectuales y artistas comprometidos con su tiempo, y la mayoría de sus pasajes devienen en un canto a la solidaridad. Varios textos son estremecedores. Sé que del aliento del libro nacen hebras de fuego y ríos serenos, pues la autora pugna por ofrendarnos su vida auténtica, su ser convulsivo, la belleza atormentada de una mujer peruana, cuyo dolor no oculta pero lo resiste a punta de reflexión, autocrítica, escritura y praxis. Si bien a veces entre sus crónicas pareciera asomar un sutil sentido profético, no es así, más bien es el sentido utópico el que se percibe en el discurso de Rosina, quien deviene en una suerte de chamana, pues trata de sacar a luz los Mefistos ocultos de la existencia para conjurarlos y exorcizarlos y, además designa las tendencias, a menudo dramáticas, nocivas de la enferma sociedad contemporánea en un país desigual y subdesarrollado como el Perú. Paralelo, aparece Rosina como Atenea Minerva, ojos de lechuza, personaje mítico quien al atardecer anuncia cambios, o como una “vieja topa” que intenta horadar los muros subterráneos del proceso histórico peruano (sin menoscabo del latinoamericano) para denunciar la alienación capitalista, el individualismo, la crueldad y aún anunciar a voz en cuello el porvenir todavía posible, una patria libre, justa, solidaria y alegre.

    Jorge Eslava, a propósito de su libro Flor de azufre, subraya— en Diario de talismanes— que el periodismo es también un latido de obsesiones propias y fábulas. Un modo de contar historias íntimas y de acercarse, al sesgo y con sortilegios, a las (des)venturas del prójimo y subraya: “fui de mi corazón a mis asuntos, el lector hallará en su pecho —acaso con sorpresa— más de una flor personal”. Ello se puede aplicar bien a las crónicas de Rosina, quien adhiere ese hábito, a veces obsceno y provocativo de narrar no solo la vida ajena sino la propia. Por fortuna, desde hace tiempo, los testimonios despiertan atracción, simpatía y revisten interés.

Estas páginas (parafraseando a Blanca Varela), constituyen acaso una suerte de “ejercicios materiales”, cabalísticos, ocurrentes, uno de los singulares testimonios del estilo, la historia y época que le tocó vivir a Rosina Valcárcel, una mujer, poeta, reportera, amiga y peruana. Páginas para analizar, releer y tener cerca del corazón.

Posdata

La versión final del libro la recibí el 9 de marzo y se titula Diario de talismanes (Adiós a las desventuras). Hay personajes enviados al limbo y otros rescatados del infierno: Juan Ojeda y Guillermo Cúneo. Enhorabuena.

Mayo de 2005

Giovanna Minardi, Universidad de Palermo, Sicilia, Italia  


Nota de Rosina Valcárcel

Porque así es la literatura, lo que pensé iba a ser un libro se ha convertido en dos objetos literarios de mi deseo. Uno es el que usted tiene entre sus manos: Diario de talismanes; el otro, Aprendiz de maga, será editado la próxima primavera. RV.

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(1) MINARDI, Giovanna. Traducción poema “Improntus” en Mezzo Cielo. Incluye “Lima”, “Campo de Marte”. En “La poesía come differenza”. Bajo el título de: Incontro con Rosina Valcárcel poetessa peruviana”. Palermo, maggio: p. 12. (Vía Giusti n. 44—89144 Palermo). 1993 “Una hora con Rosina Valcárcel,”: Alba de América, Buenos Aires, Vol. II, n°s 20-21, jul. Entrevista. Incluye: “Lima”, “Mendiga”, “Campo de Marte”, “Íbamos a cumplir once años”, pp. 465-469. 1994 “Una mujer canta en medio del caos: Rosina Valcárcel”. Ensayo: Alba de América: pp.425-435 (Buenos Aires, julio). 1995 (México, Universidad Autónoma Metropolitana, jul-dic.). 

(2) ANDRADE, Lourdes. Remedios Varo, la metamorfosis. Consejo Nacional para la cultura y las artes. México.

(*) Acompañados por su primo Luis Herrera Carnero y por Víctor Carranza Elguera, entonces su esposo.

(*) El amigo Ángel Moscella de México le trae postales de Remedios Varo.




(Tipeado x RV el sábado 21 de abril 
Revisado por Charo Arroyo el 25  abril de 2018)

Escrito por

Rosina Valcárcel Carnero

Lima, 1947. Escritora. Estudió antropología en San Marcos. Libros diversos. Incluida en antologías, blogs, revista redacción popular, etc.


Publicado en

estrella cristal

la belleza será convulsiva o no será | a. breton