Juan Cristóbal: COMO CONOCÍ A JUAN OJEDA
Crónica
JUAN OJEDA
Esta visión panorámica de la vida y de nuestra amistad con Juan Ojeda la publiqué, en lo fundamental, en el diario La República, con el título “Orinando en los basurales”, el 10/ 1 / 98 y fue reproducido por el blog de Héctor Loayza, “Resonancias.org” el 1 / 9 / 2002, en Francia. El artículo, para este libro, ha sido modificado, ampliado y reestructurado con el fin de dar una más precisa y detallada información del quehacer vital del poeta. El artículo testimonial era así: Juan Ojeda (Chimbote, 24 / 3 / 1944) ese gran poeta peruano, muerto una noche del 11 de noviembre de 1974 atropellado por un auto (que se dio a la fuga), en la cuadra 23 de la avenida Arequipa, hubiese cumplido, el 27 marzo de este año, 53 años. Estas líneas no pretenden ser un homenaje a un ser que estaba "lleno de mundo", sino recordar simplemente cómo fue nuestro primer encuentro, que se prolongó evocadoramente hasta el momento de su desaparición.
Era 1962. Yo vivía por la cuadra 11 de la avenida Venezuela, a la altura del cine “Fantasía” y a unas tres cuadras, detrás de la Iglesia de los Desamparados, vivía Carlitos Tincopa: menudo antropólogo ayacuchano de un corazón inmenso, cantador de huainos de Puquio y tocador milagroso de guitarras, a quien le encantaba reunir, todos los viernes en la noche, en su pequeña y modesta casa de esteras, a algunos amigos quienes no solamente hablábamos de poesía y niñas, sino también de los compromisos sociales y de la vida difícil de entonces. Un viernes no pude ir a la reunión, cuando a eso de las 9 de la noche me cayó todo emocionado Tincopa: "Ven, no puedes quedarte en casa, tienes que conocer a un verdadero poeta". Sus ojitos se movían como locas lagartijas. Accedí, no sin antes advertirle sobre la cortedad del tiempo que tenía. Por lo que enrumbamos prestamente a su casa. Al llegar a la iglesia, donde al costado había un gran basural, vi una figura sombría orinando con toda elegancia, con su inolvidable y desgastado terno negro y una corbata siempre oscura. Mano en el bolsillo, su mirada no se apartaba de los escombros. "Es él", me dijo Tincopa. Se acercó y topándole suavemente los hombros le dijo: --"Este es Juan Cristóbal". La figura no se movió. Terminó mansamente de orinar y se acercó lentamente hacia nosotros. Estiró la mano y movió lentamente los labios: supuse que había dicho su nombre. Entramos a la casa. Tomamos unos tragos. Tincopa tocó la guitarra. Juan no apartaba la vista del aire y del suelo: casi no hablaba. Y cuando hablaba, al comienzo, decía, sí o no, o simplemente movía la cabeza. Pero entusiasmado por los piscos, Ojeda comenzó a hablar, ahora sí, con una voz poco conocida, pero con la misma mirada puesta fijamente en la noche. Nos quedamos cantando y hablando hasta el día siguiente. El tiempo ya no importó. Ojeda tenía una madura reflexión sobre la poesía, a pesar de sus 18 años. Nos esbozó planes realmente importantes. Para mí, esa noche, más que conocer sus inquietudes literarias, fue descubrir su honestidad frente a la vida. Jamás podré olvidar a Juan sin ese gesto de orgullo y soberbia, pero a la vez de humildad y descubrimiento, cuando orinaba en los basurales (gesto que repitió en otra ocasión cuando nos acercábamos a mi casa con Eleodoro Vargas Vicuña y de pronto se paró frente a un árbol inmenso lleno de basura y dijo “esperen, voy a orinar en este basural”. Este gesto reiterativo puede ser una señal para una opinión psicológica, con el fin de comprender –tal vez mejor-- su actitud frente a la vida y los misterios de su poesía), pues me parece que ésa fue siempre la actitud de Juan frente al mundo, frente a la realidad viva y literaria de su patria. Sus viajes, sus desapariciones temporales, sus prisiones –en Brasil, apoyando a un grupo guerrillero-, su soledad, su deseo de hacer en verso "El Capital", su salvaje vitalidad, fue siempre el mismo camino: de hurgar y de hacer un mundo propio a partir del hombre y de las raíces más profundas del mundo. El primer poema que publicó Juan fue una plaqueta titulada “Ardiente Sombra”, en 1963, y era un poema dedicado a la muerte de Javier Heraud. También publicamos, sendas plaquetas, el mismo año, Hildebrando Pérez, “Poesía Concreta”, dedicada a Rosa Alarco y Juan Cristóbal, el poemario “Madre”. Juan era un lector empedernido de poesía y crítica alemana, de Saint John Perse, Ezra Pound y Rilke, entre otros. Admiraba El Capital, de Carlos Marx.
En 1965 obtiene la Primera Mención Honrosa en el Segundo Concurso "El Poeta Joven del Perú", que auspiciaba los Cuadernos Trimestrales de Poesía, en Trujillo, dirigido por Marco Antonio Corcuera, utilizando el seudónimo de "Dedaluz", con el poemario "Elogio de los Navegantes", escrito entre los 19 y 21 años de edad. Los ganadores fueron Winston Orrillo y Manuel Ibáñez Rossaza.
Entre los amigos de Juan recuerdo a Julio Nelson, Rosina Valcárcel, Hildebrando Pérez Grande, Cesáreo Martínez, Danilo Sánchez Lihón, Juan Cristóbal, Marco Zapata, Gregorio Martínez, Alfredo Portal entre otros. Estos son los que yo conocí especialmente los que parábamos en San Marcos.
En 1962 ingresó a San Marcos. En 1964 estudió Filosofía. Algunos cuentan que estudió en Bellas Artes, a mí no me consta, será porque yo desaparecí de escena a mediados del 65. Después, por los años 73 estudió, en la Biblioteca Nacional, Bibliotecología. Pero no terminó ninguno de los estudios comenzados.
SU PAPEL EN “PIELAGO”
A comienzos de 1963, Ricardo Ráez me contó que un grupo de amigos se habían estado reuniendo para sacar una revista, para lo cual me invitaba, entre los amigos estaban Andrés Cloud, Juan Ojeda –el instigador- Carlos Tincopa, César Cortez y Waldemar Yupanqui. Convocaron también a Hildebrando Pérez Grande y Julio Nelson para participar de la idea. Nos reuníamos los viernes un en bar que quedaba cerca de San Marcos, el “Jamaica”. Una noche, después de algunas reuniones, acordamos ponerle “Piélago”, pues, como decía Juan Ojeda, debía ser “un elogio permanente a los navegantes”.
Los fundadores primigenios de la revista fueron, pues, Ricardo Ráez, Juan Ojeda, Andrés Cloud, César Cortez y Waldemar Yupanqui. Los primeros colaboradores fuimos Hildebrando Pérez Grande, Julio Nelson, Rodrigo Montoya y yo. La revista no tuvo pretensiones ideológicas ni programa literario-político alguno, aunque todos profesábamos ideas de izquierda. El deseo era plasmar lo que pensábamos no sólo sobre literatura, sino también sobre otras áreas del conocimiento. Ese fue nuestro trabajo. Cuando se editó a mimeógrafo el primer número de la revista (todos los números fueron a mimeógrafo editados, los primeros, en el Centro Federado de la Facultad de Educación) aparece Ricardo Ráez como director, como Redactores, los demás miembros iniciales de la revista y como Colaboradores a quienes llamaron después y otros más. La ilustración de la revista tuvo dos grandes dibujantes y pintores, Ermógenes Janampa, ayacuchano, y Yando Ríos, de la selva, que ahora vive en EE. UU. “Piélago” fue el antecesor de las revistas del 68: “Estación Reunida” y “Hora Zero”.
La revista tuvo, en sus dos primeros números, como objetivo hacer un panorama de las expresiones culturales del país tanto en literatura (creación y crítica), historia, educación, psicología, y otras áreas.
Después, en el tercer número, dedicado íntegramente a Javier Heraud, a su muerte, el director fue Hildebrando Pérez Grande (la idea era que cada número que saliera tuviese otro director, pero como yo ya no estaba en el país, no se porque no se cumplió aquello), y de allí en adelante, hasta el número 8 o 9, fue dedicada a Poesía, tanto del Perú como del extranjero. Se preferían que los poemas fueran inéditos. Se publicó a Pablo Neruda, Nicolás Guillén, Jorge Teillier, Jorge Boccanera, Efraín Huerta y otros.
En un blog “Fiesta Prohibida”, en un artículo sobre revistas titulado “30 años de Poesía Peruana, allí se lee lo siguiente: “Piélago aparece como una "Revista de Humanidades" en mayo de 1963, fecha del asesinato en Madre de Dios de Javier Heraud. Su edición a mimeógrafo agita los patios. de la U.N. Mayor de San Marcos y cuenta con la coordinación de el Centro Federado de Letras. No surge con un "director" como es de costumbre; en su primer número dice: "presentan": Ricardo Ráez, César Cortez, Carlos Tincopa, Andres Cloud y Juan Ojeda, siendo los colaboradores: Juan Cristóbal, Hildebrando Pérez, Rodrigo Montoya, Armando Aramayo, Valdelomar Yupanqui y otros. Su precio de venta es de S/. 3.00 (tres soles oro). Lo que resalta en este primer número es su introducción un tanto mística, inefable e inocente. Ahí se encuentran párrafos como este: "Piélago enseñará que en el fondo de lo cotidiano, existe cierto placer que nos liga a este mundo. En estos momentos de grandes realizaciones prima el amor a la vida misma", o "Es así que ofrecemos con toda modestia, trabajos críticos, ensayos y tratados de humanidades que nuestro conocimiento permite profundizar".
A partir del número 2, aparece como "director": Ricardo Iván Ráez Ruíz; dicen en la presentación: "Lo único que puede salvarse es el ideal. Pero el ideal basado en la serena objetividad en la segura reflexión". Donde viene a cambiar esta revista es cuando asume la dirección el poeta Hildebrando Pérez; entonces se convierte en el eje que genera discusiones y alegatos de los poetas incluidos. Propiamente se presenta como el bastión de la poesía de esa promoción, además de que empiezan a publicarse antologías de poetas peruanos donde son infaltables: Carlos Germán Belli, Pedro Gori, Reynaldo Naranjo, Antonio Cisneros, Guillermo Cúneo, Arturo Corcuera y otros, La revista dejó de aparecer después de la entrega 7-8 que cubría los meses de enero-abril de 1966; después de cuatro años, cuando ya costaba S/. 7.00 (siete soles oro). Es importante anotar que ahí ya hacían sus primeros pininos: Ricardo Silva-Santisteban, Rosina Valcárcel y Luis Hernández, entre los más destacados”.
Sólo para precisar algunas cosas sobre la revista. El número 1 salió en mayo de 1963 y no hay dirección, sino dice “Presentan: Ricardo Ráez, César Cortez, Carlos Tincopa, Andrés Cloud y Juan Ojeda”. Como colaboradores figurábamos: Juan Cristóbal, Hildebrando Pérez Grande, Rodrigo Montoya, Armando Aramayo, Martín Quintana, Wlademar Yupanqui y otros. Los temas que se tratan son: Un día en el antiguo Egipto (Cortez), Geografía y Cultura (Adolfo Herrera), España en la poesía de Vallejo (Montoya), Francisco Romero: filósofo y educador (Cortez), Cuento: “Una lágrima discreta” (Pablo Santillán), César Vallejo: poeta revolucionario (Juan Cristóbal), Monólogo: “Sólo para desgraciados” (Ráez), Poema (Tincopa), Cuento: “El puente desconocido” (Ojeda), “María” y “El rey Oso del guerrero” (Armando Aramayo), Cuento: “31 de diciembre de 1961”(Ludovico Leafar), Cuento: “Sopor” (Ráez), Poema (Ojeda), Leyendo “Los Robles” de Eguren (Martín Quintana).
El número 2 aparece en junio de 1963. Allí sí aparece como director Ricardo Ráez. Se publican, entre otros, 2 poemas de James Joyce, un poema inédito de Javier Heraud. Aparece también como Redacción y Administración la dirección: Bartolomé Herrera 521, Lince (que era la casa de Hildebrando Pérez). No tengo el número 3 de la revista. El número 4 aparece en julio de 1964. El director es ya Hildebrando Pérez y el Jefe de Redacción Ricardo Ráez. Hay poemas de Belli, Corcuera, Pedro Gori, Naranjo, Cisneros, Ojeda, Juan Cristóbal, Marco Zapata,, Julio Nelson, Guillermo Cúneo.
El número 5 aparece en diciembre de 1964 con poemas de diversos autores. El director sigue siendo el mismo, igual el jede de redacción. El número 6 aparece en junio de 1965, la dirección y la jefatura de dirección son las mismas. Aparece la primera colaboración de Rosina Valcárcel. El número 7-8 aparece en enero-abril de 1966, es el último número en aparecer. Los créditos están en la contracarátula de la revista y pertenece a Yando.
Algo que quisiera destacar y definir totalmente es que Danilo Sánchez Lihón, a pesar de ser amigo nuestro esos años, y muy amigo de Ojeda, jamás colaboró ni participó en ningún cargo en la revista “Piélago”, como puede deducirse de los números de la revista. Juan Ojeda, a pesar de su mutismo, era un permanente animador de la revista.
Si algo tuviese que decir de la poesía de Juan Ojeda, diría lo que dije en un artículo llamado “Los poetas del desgarramiento”: su visión del mundo y de la vida humana es trágica-metafísica, creía que en el texto debían confluir todas las disciplinas, desde la economía, filosofía hasta la entomología, pasando por la genética, cibernética y, naturalmente, la historia y las ciencias exactas, el misticismo y el absurdo existencial. Su lenguaje estaba premunido de profundos conocimientos académicos y de los de la calle, los antros de los barrios marginales y la noche despiadada, donde algunas veces bailábamos hasta las 6 de la mañana, en unos bares miserables, en medio del aserrín y la mirada colorada de los perros vagabundos”.
San Miguelito, 14 de agosto de 2016 ·
(Tipeo x rosina valcárcel, 17 junio 2018)