#ElPerúQueQueremos

rOSINA Y jULIO nELSON, pLAZA sAN mARTÍN 1964-65

ALGUNAS CONFESIONES PARA SORPRENDER A INCAUTOS / Rosina Valcárcel

Testimonio

Publicado: 2018-08-22

Cada noche al dormir estaba condenada a tener la misma pesadilla, mientras llovía en México. Soñaba que “mis padres me llevaban de la mano. Al subir por el ascensor, ahí dentro un hombre sentado nos miraba. Al llegar al último piso los fantasmas nos hacían fuego. Mis padres desaparecen. Y espantada con voz desfalleciente, casi sin poder hablar decía: “Llévenme al Perú, no me dejen” Me escapo y al tomar el ascensor el hombre sentado hace unos instantes era una karkancha, un esqueleto, papá y mamá habían partido”. 

Lo que una mujer hace en la vida empieza desde muy pequeña. En mi escuelita Mariano Azuela actué en diferentes papeles, “Hongo” de Cascanueces de Tchaikovski; de india maya, etc. De la voz de los expatriados y de sus novias (Irene, por ejemplo) oímos como si fueran regalos docenas de cuentos, fábulas maravillosas; Violeta en sus mejores instantes, inventaba narraciones y sobre inmensas cartulinas blancas les ponía colores, caritas, árboles; Gustavo, en los ratos sanos, nos tomaba a todos para llevarnos de viaje fuera de la capital, sin mayor ropa ni alimento. Cómo nos fascinaban esas aventuras. Cuánto compensaban nuestro ansioso estado –de extraños marginales así sin uniforme escolar- pues cada vez que iniciábamos un nuevo año carecíamos de los recursos necesarios. En medio de todo, fuimos brillantes alumnos en la primera edad.

Y es que cuando esta aprendiz tenía tres años y meses, mi padre, el poeta Gustavo Valcárcel, fue desterrado a México, adonde nos acarreó a todos. De ese modo, gracias a la insensatez del general Odría, mi infancia varió de rumbo.

Al retornar al Perú, a fines del año 1956, antes de los diez años de edad, traía conmigo mil añoranzas, el calor de quienes nos cuidaron, ¿verdad, Matilde?, ¿cierto, Dolores?, y una muñeca regalada por el colectivo de los rebeldes.

En Lima completé mi Primaria en el colegio Montessori. Aprendí algo de inglés, de danza española, polcas y religión, mientras obligaba a mi querido hermanito menor a arrodillarse y rezar por toda la familia. El viejo anticlerical y algo astuto planteó me cambie a la GUE Teresa Gonzales de Fanning, mamá lo apoyó, acotando que así estaría más cerca del pueblo. En esa Unidad Escolar tuve que cursar Secundaria comercial el primer año, pues no había vacantes. ¡Qué martirio! Un colegio inmenso, impersonal, distante del alma, fue donde arribábamos por vez primera. En algunas ocasiones fui maltratada por la señora Amado, encargada de normas educativas, quien desde lo alto de su micrófono vociferaba: “esa Valcárcel, qué tanto se mueve, ¡castigada! Y sólo porque mis padres me habían exonerado del curso de Religión. Sin embargo, ahí mismo pude saber más de Dostoievski, Cervantes, el propio Vallejo y otros artistas que sellarían mi espíritu. Gracias a nuestra Tutora, la madrina Ada Pastor. Ella me alentó. Así con el pretexto de la “Primavera”, hice mis debuts literarios recibiendo el segundo Premio en 1962 y el primer laurel en el año 1963.

No fui alumna ejemplar en secundaria, era muy inquieta, bromista y algo burlona. Me secundaban Violeta, Mochita y Haydée, mis caras condiscípulas. Por ejemplo, me aburrían soberanamente, las clases de Geografía, donde lo importante para la profesora) era saber nombres de ríos lejanos y no las costumbres de nuestro pueblos, ello me costaba un grito! Felizmente participé de otras actividades como el Coro, cantando “Malabrigo”, me sentía sensacional (aunque mi voz era común) y no dudé que muy pronto ingresaría a la universidad.

Y así, sin academia ni preparación alambicada, como la mayoría de los jóvenes de mi país, me levantaba tempranito, caminaba por el parque Santos Dumont de San Eugenio, y seguí leyendo en voz alta. Frecuenté la biblioteca municipal de Lince para indagar qué demonios era la sociología, pues el viejo había sentenciado: “si cursas literatura no sólo serás inútil para la patria sino que te vas a morir de hambre”. Obediente, postulé a esa disciplina científico-social. Meses atrás, en Puerto Maldonado, habían asesinado al poeta Javier Heraud, quien como muchos escritores y guerrilleros habían pasado por casa. Recuerdo con claridad el duelo y homenaje al héroe caído, en un salón lateral de la Casona. Sus compañeros vestían luto riguroso y gemían su desgarramiento.

En casa recibieron una llamada telefónica: “Congratulaciones, vuestra hija ha ingresado a la Facultad de Letras de San Marcos”. Era el gran doctor Juan Francisco Valega Pásara, de quien me haría gran amiga y discípula catorce años después.

Pre letras fue bello, pude sentir la libertad y conocer a Edgardo Tello, Juan Ojeda, Guillermo Cúneo seres sorprendentes y a otros vates, entre ellos a Julio Nelson, Juan Cristóbal, Hildebrando Pérez Grande (quien, prematuramente, edita mis poemas en Piélago). Y compartí amistad y estética con Marco Zapata, Fredy Sánchez Lihón (Danilo), Carlos Henderson, entre otros poetas de la generación del 60. En San Marcos discurría la cabalgata del tiempo, entre mítines, dolor por la muerte de Javier Heraud, invocaciones a los dioses del Olimpo, lecturas de poetas predilectos. Los cafetines y bares el Versalles, el Wony, el Chino-chino, los Agachados marcaban nuestra juventud, al acoger las tertulias, rebeldía, escrituras y desquiciamiento precoz que vivíamos entonces.

Era una bohemia singular. No me sentí presionada por actitudes machistas, nos queríamos con un compañerismo diáfano, puro; yo era la única mujer y la menor. Otras compañeras fueron bordendo a esa promoción: Gladys Basagoitia; Adriana Palomino; Wilma Derpich; Carmen Sánchez León; Dora Ríos; Soledad Ordóñez y Rina Barea, oradora del Frente Estudiantil Revolucionario (FER). Se acercaron años después Águeda Castañeda, Queti Belevan, María Emilia Cornejo, Ana María Mur y Esther Castañeda. Intercambiamos textos, preguntas, reflexiones, anécdotas. La ironía singular de Cúneo se expresa bien en su libro intenso, El idiota del Apocalipsis, que nos conmocionó. Asimismo, Los días hostiles de Henderson, precursoras publicaciones. Hernando Núñez y Marco Alcántara (MAOC) participaron, de una u otra forma en este periplo agitado. Edgardo Tello y Rodolfo Hinostroza en el Callao organizaron almuerzos sabrosos animados por el jazz, los Beatles, Aznavour y carcajadas. Por teléfono, recibí una confesión de amor loco que Juan Ojeda, con citas y versos de grandes poetas, le dictaba a Danilo. Eran las 4 de la madrugada. Nos declaramos bajo unión eterna los tres y nuestro pacto consistía en recoger flores rumbo a la vivienda universitaria, en alta voz declamar poemas de los surrealistas y contemplar el mar de La Punta, junto a Cúneo. Este vate, una noche llegó a casa exclamando su pasión por mí, y yo encerrada no pude contestarle ni abrirle la puerta.

En la casa de los Gorriti, Davinia, Julio N., Carmen S., otros estudiantes y yo, entre cafés y sinfonías clásicas, ensayábamos filosofía existencialista.

Mi vida está hecha de interrupciones y coplas de amor, navegué con esfuerzo, cada ruptura anunciaba un inicio de algo, cada muerte una existencia nueva, o un viaje, otras amistades o un accidente o enfermedades y presencias inesperadas. No puedo negar que me siento heredera de una tradición de mitos, historias, ideales, hábitos, modos literarios, soledades y formas afectivas de amor, pasión y desamor. Mi ser ha girado en torno a esa suerte de tradición durante más de dos décadas. Durante los años ’70 de ruptura, de interrupción y puntos suspensivos. Acompañé recitales, lecturas y manifiestos del movimiento Hora Zero y del grupo Estación Reunida. Un refugio fue el Merville de Quilca, adonde solían llegar Enrique Verástegui, María Emilia Cornejo, Oscar Málaga, Elqui Burgos, Lorenzo Osores, Tulio Mora, José Rosas Ribeyro, Laura Bracamonte, Marta Lobato, Cecilia Tello.

Existía Sendas del bosque, mi poemario honrado en un concurso de San Marcos, editado por La Rama Florida de Javier Sologuren. Bautizado a fines de 1966 por Antonio Cisneros, en círculo informal en el barrio de San Eugenio, Lince, mientras mis padres andaban por la URSS.

Cuando fraguaba Navíos, percibí que otros estaban en la nota literaria coloquial mientras yo me asfixiaba en la lírica. Al escribir cartas a mis amistades, a provincias o al extranjero los Jorges (Pimentel y Nájar) me decían: “cojuda, ésos son tus mejores poemas, continúa, ¿cuándo te darás cuenta?  Y advertí, aunque demoré. Navíos, mi segundo libro, fue laureado en diciembre de 1974 por la Asociación Nisei de Lima en el concurso “José María Arguedas" (junto con uno de Julio Carmona). Esencialmente, gustaron los poemas “4 de septiembre” (dedicado a Leoni Vélez, mi primer amor), “11 de septiembre” y los textos eróticos. Si la crítica fue impía con mi creación adolescente ("un tal Tola" intentó sepultar Sendas…), ante Navíos se mostró interesada. Alfonso La Torre lanzó un comentario en el diario Expreso valorando mis poemas. Los medios de comunicación se interesaron y me pedían entrevistas como “mujer poeta”. Tealdo me convocó al canal 5 “pidiéndome no leer poesía con matiz política ni erótica”. Acoté medio burlona: -¿Entonces qué me queda?

En los años últimos, Jesús Cabel, Ricardo Falla, Sonia Luz Carrillo, Marco Martos, Roland Forgues, entre otros escritores han hecho aproximaciones en torno a la obra poética de las peruanas. En artículos o entrevistas se anticiparon Róger Santiváñez, Juan Cristóbal, María Luz Crevoisier, entre otros. Extranjeras como Beth Miller (EEUU) me han "interrogado" durante horas, pero hasta la fecha no se conocen los frutos. Forgues amenaza con editar, Las poetas se desnudan y el público aguarda...

El ambiente romántico-realista donde me formo (y deformo) influye en mi escritura, por cierto. Han sido claves los lazos invisibles con Águeda Castañeda, mi gran amiga-vecina, ahogada en 1970 y con Queti Belevan, aislada por voluntad propia. Durante los años 1963 y 1964 Águeda y yo nos carteábamos; me enviaba libros de la editorial TOR (de Buenos Aires) con dedicatoria al estilo del siglo XIX. Silvias ambas, éramos algo frágiles pero estoicas, ingeniosas y vitales hasta el extravío. Su muerte prematura con condujo a la primera caída al vacío, a la nada, donde ni “Mama vieja”, de Los Chalchaleros, ni el pisco, la yerba o el amor libre permitieron cicatrizar esa herida. Los gritos de Marcel, mi hermano, y el mío ante la noticia de su partida trágica quedó retumbando en mis espacios, grito de espanto, nacimiento, odio y amor. Y no han cesado de llegar otras amigas. Ni cesaron de tocarnos amores, vidas, lejanías, asesinatos, suicidios como el ocurrido este 11 de mayo en una playa de Barranco cuando una mujer de 39 años, luego de contemplar el mar se dispara en la cabeza, resultando ser Ana Sandra Castañeda, hermana de Águeda.

Los años ’70 fueron convulsos. El lenguaje callejero, oral, no ilustrado, trata de acabar con los convencionalismos. La amistad con Enrique Verástegui es fecunda e intensa, nos alentamos, a sabiendas de que estamos tan expuestos como mortales a sucumbir en cualquier esquina un día de estos, a sabiendas que la tristeza de los peruanos acabará sólo cuando sean ajusticiados los dueños del Perú, y a sabiendas que muchos amigos han caído presos, torturados, desaparecidos o muertos, a sabiendas de que ser fuerte en nuestra vida y la escritura es nuestro mejor amor a la musa, la poesía, osados testigos y actores de la época actual.

En mi desarrollo literario no he adherido en modo alguno a la corriente de varios de mis coetáneos amigos citados ni a la de otros poetas que fulguran en solemnes de la poesía peruana contemporánea. Mis textos (pocas veces incluidos) sólo han merecido mención de algunos “ilustres”, “es una promesa…”, dicen, “está en formación…”, etc. etc. Antonio Cornejo Polar es el crítico literario que osó incluirme en su gran muestra de la generación del ’60, y me enteré recién la noche de la inauguración cuando retorné de una visita que hice en la cárcel a Sybila Arredondo, viuda de Arguedas.

Es tonto confesar que esto duele, pero más absurdo seria callarlo y ser falsos. Ello tiene que ver con lo que venía diciendo; hay poesía y ciencia sociales que se ponen de moda y a veces se venden y es algo justo y no está mal que suceda. Es cuestión sin embargo de aprender la jugada, como en ajedrez o los naipes: los más pendejos (ellos o ellas) ganan. Anoche mientras pensaba qué diablos iba a decirles, recordaba mi vida como un filme: a los 7 años con sonrojo y cierta vergüenza escondiendo mi peineta rota en la fiesta infantil de mi amiguita judía / a contrapelo me veo a los 13 y 14 ofreciendo, vendiendo libros de Vallejo / más adelante participando en cien mítines/ defendiendo presos políticos de Perú y del mundo / a mujeres torturadas o desaparecidas en Argentina, por ejemplo / estudiando Antropología y no Literatura /en San Marcos y no en la Católica / enseñando en colegios / leyendo con urgencia a Vallejo y a los surrealistas y no a T.S. Eliot/ desde 1973 trabajando en la universidad de San Marcos y no en El Comercio / aprendiendo el abecé de la militancia y no sólo idiomas / enseñando a mil alumnos a querer al Perú / hospedar a perseguidos chilenos en la lucha social / mientras otros viajaban becados / quedarse en el Perú a comer mierda, conocer las malditas raíces / casarse, tener una hija/ reincidir / tener padre dipsómano, madre deprimida, hermano rehabilitado / ser profesional honrada, ganar sueldo ridículo y sonreírle al mundo. / Perder compañeros excepcionales :Javier Heraud, Edgardo Tello, Juan Pablo Chang, Luis de la Puente, Edith Lagos, Antonio Meza Bravo, Máximo Velando…Y aún seguir impulsando el proyecto de la Nueva Izquierda. ¡Qué delirio! No soy nada, no soy nadie, déjenme tranquila.

En mi devenir rechacé todo acto villano, hipócrita, puritano, desleal. En la adolescencia fui lectora infatigable, amé la literatura rusa, a Platón, Tagore, Panait Istrati, Éluard, Breton; al cine francés, al italiano, al ruso. A los 15 años me gustó un flaco militante de la JC, no se percató, veinte años después resultó ser elemento de choque de la cúpula. Desde entonces no he dejado de enamorarme y de amar a mi manera, con devoción pasión, pureza, locura, influida por personajes, fantasías. De romántica-idealista-utópica a prosaica transeúnte en medio de las calles; de joven incendiaria a organizadora de eventos y difusora cultural. Y hemos avanzado algo. Ver la vida como es realmente; aprender que el humor, la ironía son tan buenos aliados de ruta como la tensión dramática, pero que ésta en exceso desgasta y nos ahoga. Que la historia es del que sabe jugar mejor la partida. Que en asuntos de amores hay que aprender a gustar del hombre como él nos quiere a nosotras como una copa de buen vino. Que las mujeres debemos de ser solidarias, transparentes, con más aliento vital entre nosotras y menos zancadillas.

Hasta hoy mis grandes alegrías: Estar en París a los 24 años, visitar la casa de Isadora Duncan, el cementerio donde reposa Vallejo y abrazar a mis amistades. Ir a Londres y llevarle flores a Karl Marx, en Highgate (con Wilma D. y Ó. Pacheco). Estar entre la multitud en La Habana el 1° de mayo; conocer la bella risa y el son de Nicolás Guillén; ser amiga-discípula de Rosa Alarco, de Cristina Gálvez y escuchar sus mensajes sabios. Viajar a Buenos Aires en 1967 gracias a un premio universitario. Ser invitada a Encuentros de poetas jóvenes en Caracas, 1975 y en Madrid, 1984, ser delegada del Perú ante reuniones literarias. Gracias a Víctor Carranza pude viajar a la URSS (1985), estar en la casa de Dostoievski y de Esenin en Leningrado. Y visitar la tumba de Lenin en la Plaza Roja de Moscú. Haberles podido contar a las soviéticas que conocí que en nuestra tierra muchas mujeres siguen creyendo en la revolución (en la lucha armada, incluso), que es el único camino para la liberación, cuando A. García acababa de asumir el mando. Volver a La Habana (1988), participar de una reunión del Frente Continental de Mujeres. Haberle dado la mano a Fidel y decirle que todo lo que irradia en el Perú no siempre es claro ni justo (alusión a la primera masacre en los penales).

Alienta conservar las amistades de Julio Dagnino, Juan Cristóbal, Jorge Nájar, Julio Nelson,  Enrique Verástegui, Carlos Garayar, Esther Castañeda. Cultivar otras más jóvenes: las de Róger Santiváñez, Diana Miloslavich, Sandro Chiri, quienes me fustigan para dar nuevos saltos poéticos. Verificar que en mi patria aún existen parejas -como mi compañero Víctor- que tratan de estimular la creación y edición de mi poesía. Es una experiencia única tener hijas como las nuestras, Odette y Milena, hijas de la gran flauta. Participar en reuniones como como éstas (II Encuentro de poetas sanmarquinas), que nos permiten crecer y ser auténticas, a riesgo de parecer –a veces- algo sentimentales, melodramáticas o cursis.

San Marcos fue ls zona de confluencias, conspiraciones y encuentros, ahí viví mis mejores y mis peores días, de pura intensidad, temor y optimismo. Sentir gratitud por JM Arguedas, Emilio Choy, Apurímak, Pablo Macera, Julio Cotler, maestros que me brindaron su confianza. Sacar a luz la labor paciente de los colegas psiquiatras quienes dicen: -“aún puedes patear el tablero aprender la jugada maestra” (A. Mendoza F, F. Alarco L., V. Scapa).

Tratar de ser leal al socialismo y al feminismo, a la vez, darles la expresividad de mis contradicciones, mi grandeza, mi miseria, mi inocencia y mi villanía, intentar destruir el lazo que nos une al pasado populista, unir los hilos invisibles que nos atan a unos y a otros (poesía de Rose/ Guevara/ Hinostroza/ Martos) y así seguir el camino.

¿Cómo sobrevivir al marasmo? A veces con ustedes jóvenes, con su lozanía y entusiasmo, con su terquedad y alegría, pureza y júbilo, ustedes y los cientos de anónimo que transitan por los rincones del Perú profundo, que intentan construir la patria libre, la justa y solidaria, la alegre y socialista y que son nuestra posibilidad de sobrevivencia.

Confío en que mi libro Una mujer canta en medio del caos, logre ser el espacio de tránsito entre mi edad de piedra y mi edad de luz.

----

Testimonio expuesto en el II Encuentro de Poetas Sanmarquinas, mayo 1991. C/f: Cambio, Lima, 11 de julio de 1991, pp. 14-15.

Cf: Alquimia y fuego...de Giovanna Minardi,  Horizonte 2018


(Rosina Valcárcel, 22 agosto de 2018)

Escrito por

Rosina Valcárcel Carnero

Lima, 1947. Escritora. Estudió antropología en San Marcos. Libros diversos. Incluida en antologías, blogs, revista redacción popular, etc.


Publicado en

estrella cristal

la belleza será convulsiva o no será | a. breton