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mARCEL Y rOSINA: wA lOK, 30 ABRIL 2016

LA PLAYA VERACRUZ, JUAN GONZALO ROSE, MATILDE, DOLORES Y OTROS RECUERDOS

Entre la realidad y la ficción / Marcel Valcárcel

Publicado: 2018-10-01


(Ros: En vista que no hemos podido ir a la exposición de CAO les envió este regalo que sabrán disfrutar como una paleta dulce. Cariños, Marcel) 

---Estando al pie la ventana de nuestro hogar, en el verano de 1955 distinguí un coche amarillo que entraba rápidamente por la calle Insurgentes y doblaba hacia la izquierda en la calle Correspondencia. A los dos minutos transcurridos se paró en la puerta del edificio donde vivíamos, la persona que bajó del vehículo era, nada más ni nada menos, que mi padre, segundos después gritó: “Avísenle a su madre que en este instante nos vamos a Veracruz; mamá se acercó a la ventana, papá al verla, le repitió nos vamos de viaje, prepara las maletines de los chicos y los nuestros, en su interior Violeta -se dijo- “otra vez Gustavo no avisa con anticipación.” Ya no me están gustando esos improntus del artista. A pesar de ello rápidamente organizó maletines con utensilios personales. Luego, cariñosa se despidió de Matilde, nos tomó de la mano y llevó a la puerta del edificio. Ayudamos con lo que pudimos, papá abrió la puerta del vehículo y colocamos nuestros enseres, a los pocos minutos, todos o casi todos, estábamos sentados cuando apareció el otro vate, tío Juan Gonzalo, con olor a tequila diciendo voy con ustedes; y acto seguido se acomodó en el asiento trasero.

Luego papá le ordenó al taxista, --“Ándele cuate, a la estación central de trenes. Un poco rápido pues ya estamos atrasados”.

En el camino pasamos por la plaza de La Constitución. Ahí Juan Gonzalo se arrepintió, pues se bajó del carro en medio de un tráfico complicado y haciendo gestos graciosos. Mamá gritó: --“Cuidado Gonzalo, súbete, gritó nuevamente, pero no tuvo respuesta. Los niños estábamos sorprendidos y algo nerviosos, pero Rosi sonreía. Papá le reiteró al chofer apúrese para llegar a la estación. Una vez en ella, corrimos al tren que estaba esperando. Subimos el vagón correspondiente, el cual estaba lleno, pero felizmente los asientos eran numerados, los cuatros hermanos nos peleamos por ir al lado de las ventanas papá dijo: -Los chicos van a la ventana izquierda y Rosina y Gustavo a la derecha. Solución que aceptamos. Al poco rato el silbido del tren anunciaba su partida. Nos mirábamos y decíamos conocemos ya Cuautla, Palo Bolero, Cuernavaca, pero nunca habíamos escuchado la palabra Veracruz, que empezamos a juguetear con las letras: La cruz de Vera allá se verá una cruz y cosas por el estilo. Gustavo hijo expresó Veracruz es una playa y puerto, y Gustavo Papá agregó, en efecto, ese puerto existe. Recordando un poema de Blanca Varela.

Viole añadió: --Hernán Cortez atracó sus naves en Veracruz, para iniciar la conquista de México. El puerto-playa está situado en el océano Atlántico luego cómo niños inquietos, armamos alboroto durante un largo rato.

Después Ros le preguntó a Gus: --¿Y Juan Gonzalo? Papá, de alguna forma, tomando parcialmente un poema de Vallejo, dijo: --Está viniendo de más lejos que lo lejos, siguiendo los inevitables rieles y añadió -de su cosecha poética-, vuestro tío ha devenido en un peregrino de los claros de luna. Viole agregó: -Probablemente se ha refugiado en una de sus comarcas. Mientras tanto los hijos menores seguíamos jugando de lo lindo.

Un pasajero, medio fastidiado, y alzando la voz vociferó: --Hagan callar y tranquilicen a esos changuitos. Nuestros padres se molestaron ante tal comentario., papá se levantó de su asiento mirando por donde venía esa llamada de atención, pero la otra persona al ver los 90 kilos, de peso de papá no atinó a decir nada más.

Una señora sentada detrás de los chamacos, sugirió: --Niños ¿por qué mejor no cantan?, si lo hacen les regalaré una bolsa de paletas y chocolates para quién cante mejor. El mayor Gustavito de 10 años, se puso a cantar: “El árbol de la montaña Alí haló”, que fue festejado por media docena de niños ubicados en los últimos asientos. Rosina, de 8 años por su parte afinó su garganta y entonó una conocida canción de Pedro Infante: “Subí a la sala del crimen y le pregunté al presidente si era delito quererte, ay, ay… corazón por qué no amas.” Esta vez los aplausos vinieron del lado de las quinceañeras y señoras. Ahora les tocaba el turno a los pequeños bullangueros.

Xavier se aventuró en tararear: “De Tín Marín de do pingué, chúcara macara títere fue (que fuiste tú)… “

Un cuate ubicado en el medio del vagón, replicó esa no es una canción, es un trabalenguas que seguramente inventaron Viruta y Capulina, Tin tán, o Clavillazo. Otro pasajero medio ofuscado protestó, precisando, "es autoría de Resortes”.

Marcel y Xavier se sintieron algo maltratados. Rosina y Gustavito se nos acercaron al oído y manifestaron no se achicopalen hermanitos, Xavier comentó: -- Ahorita chingo a estos chingones, abrió la boca y dijo firme: “No es cierto. De Tin Marín es un popurrí de Cantinflas dicho en la segunda escena de la película el Bolero de Raquel.” El público se sorprendió. Y guardó silencio.

A renglón seguido, con previo acuerdo, se pusieron a cantar, imitando a Joselito, una bella canción, del recientemente fallecido en un hospital de Estados Unidos, Jorge Negrete: “México lindo y querido, si muero lejos de ti, que digan que estoy dormido y que me traigan aquí…”. Los aplausos fueron esta vez mayores. Habíamos tocado la fibra nacionalista de los cuates. Uno de los pasajeros atinó a exclamar “estos chamacos son verdaderos mexicanos” y nosotros agregamos y también peruanos, pero en un tono menor para no incomodar al respetable.

Los dulces nos cayeron a nosotros y los compartimos con la familia. Cuando oscurecía papá y mamá nos indicaron ocupar las literas. Al rato vencidos por el cansancio quedábamos dormidos al compás del movimiento del tren. Papá en voz baja recitó a Neruda (modificando la letra). “Me gustan cuando callan porque están como ausentes.” Mamá le respondió no digas eso, nuestros hijos son “el amanecer latente”.

Con los primeros rayos de luz y el aire salino del mar nos fuimos despertando. Y vimos el hangar, las paredes cubiertas de hollín y también observamos otras locomotoras en reposo.

Tomados de la mano los hermanos y padres descendimos, para dirigirnos al hotel “Querétaro” situado muy cerca. Nos atendió, amablemente, una jorocha quien nos invitó ir a nuestra recámara, muy espaciosa con cuatro camas y piso de madera.

Después de acomodar las cosas que portábamos: chamarras, etc. casi con ansiedad nos pusimos nuestras ropas de baño. La voz paterna situó nuestro itinerario. Exclamó: --“Primero tomamos desayuno, damos una pequeña vuelta por el pueblo y acto seguido nos dirigimos a la playa”. ¿Están de acuerdo chamacos’? Sí, papá, sí, mamá. En el desayuno los tacos y enchiladas así como el chile jalapeño estuvieron presentes, Xavier, para variar, demandó papitas fritas.

Pasaron 20 minutos aproximadamente cuando nuestros cuerpos se encontraron por primera vez con las frías aguas del gran Atlántico. Minutos después volvimos a las cálidas arenas a reposar y esperar que el sol despertara un poco más.

Había un grupo de gente haciendo una ronda. La curiosidad nos ganó, al rato los hermanos tiernos estábamos enterados de lo que sucedía allí. Era una ceremonia con cánticos alrededor de un gran delfín rosado que el mar había varado.

Llegado el mediodía, en el zenit de sus vidas, nuestros padres se dirigieron a la orilla papa y mamá con sus treinta años encima. Gus cargó en hombros a Viole y se adentraron unos metros sorteando las olas, el viento agitaba la larga cabellera hermosa de mamá; gotas de alegría caían de sus ojos. Esa imagen imborrable para mí fue: “un instante que nunca pasará.”

Todos juntos echados en la arena. El poeta inglés, Dylan Thomas, sin duda, hubiese dicho: --“Los Valcárcel están chupándole el tuétano a la vida”. En efecto estábamos en el peldaño más alto de felicidad.

Al día siguiente regresamos a la misma playa, nuevamente había un exótico resplandor en la arena. Las aguas verdosas y las olas nos atraían como un poderoso imán. Así pasaron varios días hasta que Piocho (Xavier) se enfermó con fiebres alta; sin pretender se convirtió en el aguafiestas, pues tuvimos que volver al Distrito Federal. Tomamos el tren y nos sentamos como vinimos por indicación paterna. En el asiento que le tocó a Ros alguien había dejado tres tiras cómicas de las que publicaba la editorial NOVARO. Distinguimos “Tarzán”, “La Pequeña Lulú”, y a “Los Halcones Negros”. Ros dijo: --Sólo una vez le presto a cada uno. Luego tienen que darme un peso por cada una. Viole exclamó: -No hagas negocios con tus hermanos!. Rosina contestó: -Mamá con esa plata llevaré a mi muñeca a repararle su mano.

El regreso nos pareció más rápido que la ida. Al despertar ya estábamos de vuelta en la estación central. Volvimos alegres, tostados y llenos de anécdotas.

Otro taxi nos llevó al hogar. Una vez ahí, encontramos al tío Juan Gonzalo sentado y con el rostro demacrado. Le preguntamos -¿Dónde te perdiste? Nos contestó con la letra de un vals: -Me perdí donde brilla la ilusión, vuelve la desolación. Alguien le dijo ya pues tío, no te pongas tristón y háblanos en prosa.

Matilde le dijo al oído a Dolores: -Este fin de semana, en mi pueblo, voy rezar a mis Dioses y a la Lupita para comprender mejor a los amigos y camaradas de los Valcárcel, que hablan cosas que no entiendo mucho, como: El Tahuantinsuyo, el socialismo, la poesía comprometida y demás.

Finalmente la playa Veracruz, las chinas poblanas Dolores, Matilde y el tío Juan Gonzalo serán siempre un vivo recuerdo bellísimo, una ventana de nuestra infancia.

Marcel Valcarcel

La Encantada 29 de Septiembre 2018


(Tipeo: RV)


Escrito por

Rosina Valcárcel Carnero

Lima, 1947. Escritora. Estudió antropología en San Marcos. Libros diversos. Incluida en antologías, blogs, revista redacción popular, etc.


Publicado en

estrella cristal

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